"...La mayoría de las gaviotas no se molesta en aprender sino las normas de vuelo más elementales: como ir y volver entre playa y comida. Para la mayoría de las gaviotas, no es volar lo que importa, sino comer. Para esta gaviota, sin embargo, no era comer lo que le importaba, sino volar. Más que nada en el mundo, Juan Salvador Gaviota amaba volar..." Para leer el libro completo, haz clic aquí

domingo, 25 de julio de 2010

29 de Julio: Día de los Valores Humanos

Reflexiones sobre los Valores Humanos

Al hablar sobre “La tercera dimensión”, expresaba mi opinión de que por ese espacio, solo el hombre era capaz de navegar y elevarse de su plano terrenal, atesorando y viviendo con él mismo o con sus semejantes los principios, valores y virtudes que solo se encontraban en esa dimensión, y que realmente eran lo que le distinguía del resto de los animales, usando su inteligencia para pensar, su memoria para almacenar conocimientos y su voluntad para ejecutar acciones meritorias y trascendentes.


Los valores humanos abarcan –dentro de ese volumen- un importante espacio, pues representan los “cimientos” sobre los que construimos el edificio de nuestra personalidad moral y espiritual; sobre ellos, levantamos las “columnas” de nuestros principios y creencias, construimos las “paredes” que delimitan nuestras acciones y actitudes y cerramos las “habitaciones” que contienen la “conciencia” y el valor de esas acciones. En este edificio singular, existen otros pisos superiores que permiten subir más allá, para lanzarse hacia otras metas que todo hombre lleva dentro de sí en esa dimensión, cuando mira al cielo.

Las virtudes, los valores humanos son una disposición habitual y firme para hacer el bien. Cuando ese hábito es malo, entonces se llama vicio. Es básico pensar y esforzarse en adquirirlos, pues así conseguiríamos ser mejores y lograríamos una convivencia más feliz, en nuestro caminar diario con los demás. Estas virtudes existen desde el mismo origen del hombre; ya Platón 427 años a. J. afirmaba que “la virtud es el dominio de la parte racional del alma sobre la parte apetitiva del cuerpo”. Numerosos filósofos y pensadores de todos los tiempos como Sócrates, Aristóteles, Tomás de Aquino, Jaime Balmes…y los místicos como Santa Teresa de Ávila o San Juan de la Cruz, han dejado en sus obras, afirmaciones sorprendentemente coincidentes, sobre esta parte tan importante del ser humano como son sus valores. Nacemos sin ellos y se adquieren mediante la repetición de buenas acciones a lo largo de nuestras vidas, al aprovechar, siempre con esfuerzo, las fuentes primarias de nuestra formación, educación y creencias, como son la Familia, la Escuela y Dios, origen éste último de todo lo creado y del que todo procede.

Es delicado y comprometido hablar y definir las virtudes. Resulta más fácil reflexionar sobre su bondad o analizar la maldad que producen sus ausencias. Todas, son realidades positivas que perfeccionan a los hombres de toda cultura, época y religión. A unas se las llaman “teologales”: fe, esperanza y caridad, porque ayudan, en nuestra civilización cristiana, a ser mejores cristianos, a llegar verdaderamente a Dios. Otras, son las “cardinales”: prudencia, justicia, fortaleza y templanza, porque son muy importantes y origen de otras, o finalmente “humanas”: como la libertad, la honradez, la lealtad, la verdad, la fidelidad, la laboriosidad, el valor, el heroísmo… porque nos ayudan a ser mejores personas, a crecer como seres humanos, para en definitiva elevar la calidad de la necesitada convivencia humana.

Muchos hombres se paran a pensar en estas realidades, a reflexionar en sus conductas. Afirman y con razón, que estos valores actualmente están en crisis, “arrinconados en el desván”, están como si dijéramos “pasados de moda”. Unos silencian su existencia porque son un estorbo para sus actuaciones, propósitos y comportamientos; otros son indiferentes, es el pasotismo reinante de esta sociedad que ignora todo aquello que no suponga placer, interés, confort o contabilidad; los menos, son los que abogan por negarlos, para debilitar las conciencias morales y así imponer su control, dominio y doctrina sobre los demás, sacando siempre “poder, “tajada”, “pelotazo”o “privilegios”.

El último tramo lo constituyen las excepciones: el mundo de la delincuencia, los que solo sienten y no piensan. De momento solo sienten el mal, y el maligno es su compañero de viaje: traficantes de drogas, tratantes de blancas, de pornografía, traficantes de armas, de personas, titulares de fortunas en paraísos fiscales, mafiosos, terroristas de “aquí y de allá”…Su final es la justicia humana y si ésta no llega, terminarán con el castigo o el perdón de Dios. Para este “ganado”, los valores y virtudes no existen.

El contrapunto lo dan, afortunadamente, los hombres que se han preocupado en asimilar a lo largo de sus vidas los valores que les son propios, sus virtudes, y así, nos encontramos con hombres de honor, prudentes, leales, honrados, fieles, austeros, valerosos, humildes, fiables…que gracias a ellos la sociedad tiene un rumbo seguro, un faro, una referencia positiva que les ilumina el camino al andar.

La desaparición paulatina de estos valores puede producir en la sociedad hombres sin personalidad, adocenados y fácilmente manejables; así “se consiguen personas no aptas para gobernarse a sí mismas y ser gobernadas por otros”. (Herbert SPENCER). Hay siempre una correlación directa y proporcional entre los comportamientos humanos y su nivel de valores. Por ejemplo, para ser un buen cristiano es necesario practicar y vivir “la caridad”; para ser un buen gobernante hay que decir “la verdad” a sus gobernados; para ser un buen esposo hay que poseer el valor de la “lealtad” con su mujer; para ser un buen político hay que tener “fidelidad” a los principios y a los electores que le han votado, no es posible en fin ser un buen trabajador cuando su laboriosidad es escasa o deficiente.

Mucha gente se pregunta por las causas de este lamentable abandono en el aprendizaje y puesta a punto de nuestros valores. Pensamos que la respuesta no solo está en las instituciones, en la escuela o en la familia, sino fundamentalmente en nosotros mismos. De todos depende –como decía Sócrates hace 2300años- “tomar las virtudes que nos permitan las mejores acciones y distinguir entre el vicio, el mal y el bien”, para obrar en consecuencia y superar, no solo la crisis económica que tanto nos preocupa, sino vencer al origen y madre de todas las crisis, la más importante, la verdadera crisis, la crisis moral de nuestro tiempo, la crisis de valores humanos que todo lo contamina e invade.

Escrito por Juan Urios Ten

No hay comentarios: